El sacerdote que construye un enorme estadio en Honduras
Juticalpa es un lugar extraño para un estadio de fútbol. Parece difícil creer que este polvoriento poblado -en el estado de Olancho, cuya economía gira en torno a la ganadería- tiene la urgente necesidad de un escenario deportivo con capacidad para 20 mil personas.
Y sin embargo, en medio de la apretada vegetación y de las vastas extensiones sembradas en pasto, un grupo de embarrados trabajadores ponen punto final al estadio Juan Ramón Brevé Vargas, el más grande de su clase fuera de Tegucigalpa, la capital.
Y lo que es más: la mente detrás de este proyecto no es la de un arquitecto o un ingeniero civil, sino la del padre franciscano Alberto Gauci, un fumador empedernido que nació en la isla de Malta.
“Honduras tiene un enorme problema de consumo de drogas”, me explica mientras estamos sentados en las graderías de concreto del estadio.
“Durante los últimos 30 años he asistido a reuniones donde se discute el problema de consumo de drogas. Y sin embargo nadie hace algo al respecto. Sabemos que hay un problema. Entonces ese problema tiene que ir de la mano con buscar una solución”.
LA RESPUESTA
Y su solución es el fútbol.
Un entusiasta futbolista en su juventud, el padre Alberto sigue siendo un ávido seguidor, especialmente de la selección de su país adoptivo.
“¡Debería haber estado aquí cuando Honduras clasificó para el Mundial!”, dice, mientras le da una calada a su barato cigarrillo de mentol. “Estuvimos toda la noche en las calles. Esta gente no tiene mucho de qué sentirse orgullosa y ese día los pude ver sonriendo con orgullo”.
El sacerdote quiere aprovechar ese sentimiento positivo que existe en torno al torneo en Brasil para impulsar a los jóvenes a no caer en las drogas, las pandillas y la violencia en el país con la más alta tasa de asesinatos en el mundo.
El estadio tendrá capacidad para 20 mil espectadores y albergará a un equipo de primera división.
“El estadio va a ser un lugar donde podrá venir la familia entera a cualquier tipo de espectáculo, sea religioso, cultural o deportivo. Podrán sentarse juntos, tener un techo sobre sus cabezas y disfrutar. Al menos ese es mi sueño”.
En la escuela secundaria local, un grupo de chicos que juegan al fútbol en un campo lleno de huecos y con las arquerías oxidadas, están de acuerdo en que Juticalpa puede ser un lugar aburrido para los jóvenes.
“Aquí es muy fácil caer en la marihuana o la cocaína”, dice Sebe, de 15 años de edad. “También en el alcohol. He visto a mucha gente empezar a consumir drogas. Creo que el estadio va a ser algo muy bueno, porque también pueden empezar a presentar conciertos”.
“Tengo amigos que me dicen ‘hey, queremos ir a tu pueblo'” -interviene Aile, un compañero de clase- “y les tenemos que decir que acá no hay nada qué hacer. Pero va a ser más fácil cuando construyan el estadio”.
CON LOS MÁS NECESITADOS
Incluso sin terminar, el lugar es impresionante.
El techo fue diseñado y construido por albañiles locales, las luces fueron importadas de Estados Unidos y la gramilla será instalada por estudiantes de la facultad de agricultura. El resultado podrá compararse con las sedes de cualquiera de los grandes equipos de fútbol de Centroamérica.
Lo que es más: se hizo con un presupuesto de únicamente US$2.000.000. El gobierno local sólo aportó un cuarto de esa suma.
El resto fue recogido “cinco dólares acá, veinte dólares allá”, según explica el padre Alberto. Emigrantes hondureños en Estados Unidos también hicieron su parte, recogiendo miles de dólares con eventos como carreras de encostalados o asados.
Pero al sacerdote lo conmueven más las pequeñas donaciones, como un bulto de cemento o un día de trabajo por parte de personas que tienen poco más que ofrecer.
Invariablemente vestido como un seglar -camiseta, pantalones cortos y sandalias- en vez del alzacuello y los ropajes de un hombre de la iglesia, la frugal vida del padre Alberto refleja su compromiso de trabajar con las comunidades rurales hondureñas.
“La iglesia latinoamericana es muy, muy particular”, dice. Según la ve él -en especial bajo un papa como Francisco- debe trabajar muy de cerca con la gente.
En esa vena, el sacerdote ha supervisado algunos impresionantes proyectos en los 40 años que lleva en esta población.
“Primero empezamos con los ancianos. Construimos un refugio para recoger a los viejos que antes morían en las calles por el frío. También hicimos un orfanato para niños sin hogar”.
La lista es larga: una guardería, un centro nutricional, panadería, un sanatorio para enfermos de sida e incluso una prisión, para enfrentar la crónica sobrepoblación del sistema penal.
EL JUTICALPA FC
En cuanto al estadio, el primero beneficiado será el equipo local, el Juticalpa FC, que aspira a la primera división.
Su máxima figura es el delantero Marco Mejía. A sus casi 40 años, este veterano atacante comparte la visión del padre Alberto sobre el estadio. En especial por ser alguien que también batalló con las adicciones.
“Aceptamos que somos un país subdesarrollado por completo” dice con una leve mueca.
“Obviamente estamos atrapados debajo de una montaña de problemas. Desde el crimen callejero hasta las bandas de narcotraficantes, pasando por los asesinatos de mujeres y niños”.
“Pero el estadio es una ventana que Honduras le está abriendo al resto del mundo. Tal vez la gente pueda ver que Juticalpa no es sólo ganado y lecherías. También es fútbol”.