Michael Schumacher llora un año después del accidente
Una habitación blanca, en un lugar de Suiza, Villa La Reserve. Allí el silencio sólo se rompe por el rumor incesante de algunos aparatos médicos, pero de repente, aparece un llanto. Ha escuchado a su mujer hablar, a sus hijos. Y llora Michael Schumacher, el héroe caído que continúa luchando por la vida. El Kaiser, aquel que dominó uno de los deportes más complejos que existen como si fuera suyo, el mejor para la estadística, siete veces campeón, ganador de 91 grandes premios, el hombre que subió 155 veces al podio, consiguió 77 vueltas rápidas y salió en 68 carreras desde la primera posición de la parrilla de salida, ese impresionante talento, ahora llora. Y esa es la mejor noticia desde que hace un año una piedra en el camino le dejó sin su vida, sin la que tenía hasta ese momento, le provocó otra distinta, oscura al menos hasta que salió del coma en junio pasado. Entonces comenzó otra nueva.
Fue hace un año. Esquiaba en la estación francesa de Meribel cuando se cayó y chocó contra una piedra que había oculta entre la nieve. Fue ingresado en el Hospital Universitario de Grenoble con un traumatismo craneal grave en coma. Le operaron de urgencia y estuvo meses en una situación crítica. Lucha constante.
Hoy se cumple un año y desde Italia la prensa ofrece esa buena noticia. La causa del llanto son las emociones y más allá de toda poesía, lo cierto es que no son sino pura química física que se produce cuando el cerebro percibe un determinado estado de ánimo y esa información inicia un viaje por el sistema nervioso parasimpático que controla las lágrimas.
Y en esa mansión de 2.300 metros cuadrados en Gland, Suiza, escuchar las lágrimas de Schumacher son una infinita tragedia que, como tantas cosas en la vida, esconden otra cosa, en este caso una inmensa dosis de esperanza. Hay lágrimas, hay emociones, funciona el cerebro. Y además quizá las lágrimas sólo sean realmente un remedio contra la tristeza.
Las palabras de su familia animan a Schumacher a seguir en la carrera. Sobre su futuro no hay una unanimidad en los médicos, mientras unos afirman que quedará en silla de ruedas sin poder hablar el resto de su vida, otros creen que con tiempo y esfuerzo retomará algo parecido a una vida normal. Su situación sigue siendo complicada, pero según uno de los médicos que le trató en Grenoble, Jean-François Payen, aún tiene dos años de recuperación y “estar con su familia puede ayudarle”. Hay que tener algo sobrenatural para ganar siete veces el título de F-1, Michael tiene eso que no se pierde nunca. “La victoria es un estado de ánimo”, dijo una vez. Como las lágrimas… Fuerza Kaiser.