El Tour de Francia cumple cien capítulos de auténtica leyenda
Alrededor de dos mil personas se arremolinaban en torno a la posada Au Reveil Matin (El Despertador) el 1 de julio de 1903, a las 15:16 horas, en Montgeron, a 20 km de París. Sesenta ciclistas iban a iniciar un recorrido en bicicleta a lo largo de toda Francia: 19 días para recorrer el hexágono del mapa francés, en seis etapas, 2.428 km por carreteras sin asfaltar, con máquinas en torno a los veinte kilos de peso (más las alforjas llenas de herramientas y alimentos), con un solo piñón fijo, sin posibilidad de cambiar de bicicleta, ni de recibir asistencia mecánica o avituallamiento en carrera. Riéte del actual París-Dakar.
Poco más de un siglo antes, el conde francés Mede de Sivrac había inventado en 1790 el celerífero, con ruedas de madera, sin pedales. Y hacía sólo catorce años desde que se disputara la primera prueba en carretera que se tiene constancia: Londres-Brighton, 96 km. Ganó el inglés Charlie Spencer, que completó el recorrido en poco más de seis horas, a 15 km/h.
Como siempre: los ingleses inventan el deporte y los franceses lo hacen llegar a todo el mundo. La primera gran carrera, claro, se celebró en Francia, en 1890: París-Brest-París, 1.620 km, sin escalas. Salieron 575 ciclistas, llegaron cuatro. Charles Terrot, el vencedor, tardó 71 horas y media.
Después vendrían, entre otras, la Burdeos-París (1891) y la París-Roubaix (1896), carreras que organizaba Pierre Griffard, director de Le Velo (La Bicicleta), revista especializada en ciclismo, con páginas en verde, que editaba ya 80.000 ejemplares en aquella época.
Guerra de revistas. Sus tarifas publicitarias le parecían un abuso a Gustave-Adolphe Clement, fabricante de bicicletas, que convenció a los hermanos Edouard y André Michelin para copatrocinar otra revista: L’Auto-Velo, con páginas amarillas. Contrataron como administrador a Victor Goddet (padre de Jacques Goddet, luego director del Tour) y como director de la publicación a Henri Desgrange, exciclista, periodista y director del velódromo Parque de los Príncipes.
Griffard ganó la demanda y la nueva revista tuvo que quitar de su cabecera la palabra Velo, para quedarse sólo en L’Auto (en 1946 pasaría a ser L’Equipe). Fue un revés más para la nueva publicación que necesitaba un golpe de efecto para sobrevivir.
El 20 de noviembre de 1902, en el Café Zimmer (luego Restaurante Madrid y ahora TGI Friday’s), en el Bulevar de Montmartre de París, Henri Desgrange se reunió con un joven periodista de 23 años, Geo Léfevre, que le había insinuado la posibilidad de hacer una carrera ciclista alrededor de Francia. Léfevre cuenta en sus memorias que su idea le pareció insensata cuando Desgrange le preguntó si se había planteado el coste económico, las enormes distancias, el control de los corredores, los avituallamientos en meta
Adelante con la locura. Sin embargo, Desgrange decidió seguir adelante. Consultó con Victor Goddet y el 16 de febrero se anunciaba la carrera en L’Auto: “El Tour de Francia. La prueba deportiva más grande”. Se iba a disputar del 31 de mayo al 5 de julio. Pero a una semana del cierre de la inscripción sólo se habían apuntado quince ciclistas. Desgrange bajó la cuota de inscripción de veinte a diez francos, creó una dieta de cinco francos por día para los 50 primeros que finalizaran la prueba, aumentó los premios hasta un total de 20.000 francos, redujo la distancia y la duración de cuatro a tres semanas, y aplazó el inicio al 1 de julio, para terminar el 19 del mismo mes. Desgrange se planteó que si no se alistaban cincuenta ciclistas la prueba sería suspendida.
Finalmente se apuntaron 78 ciclistas, de los que partirían 60 para recorrer 2.428 km en seis etapas, con inicio en París y metas en Lyon, Marsella, Toulouse, Burdeos, Nantes y final en el Parque de los Príncipes, en París. De los sesenta llegarían 21 a la meta final. El mejor fue Maurice Garin, nacido en Aviers (Italia), pero nacionalizado francés. Completó el recorrido en 94 horas, 33 minutos y 14 segundos, a una media de 26,450 km/h, y aventajó al segundo clasificado, René Pottier, en casi tres horas (2h 59:21).
Geo Léfevre fue el único periodista desplazado a la carrera. Iba a la salida, tomaba el tren para bajarse a mitad de etapa en uno de los controles, asistidos por colaboradores de L’Auto, en los que los ciclistas se abalanzaban para coger el único lápiz, firmar antes que los demás y reiniciar la marcha, y tenía que estar en la meta, pues era también el cronometrador. Y después enviaba sus crónicas, en las que describía las penurias de los ciclistas por caminos polvorientos, de noche y de día, las mil incidencias a las que se veían sometidos. Sólo tenía dos colaboradores, uno que salía el día antes para montar los controles y otro que se encargaba de dar el banderazo de salida y en meta.
Multitudinario. La carrera fue un éxito desde el inicio. En todas las ciudades se agolpaban multitudes para ver la llegada de los ciclistas. L’Auto pasó de vender 20.000 ejemplares, a 65.000 y con los años fue aumentando su tirada hasta los 850.000 en 1933. La revista barrió a Le Velo y tampoco soportaron la competencia publicaciones deportivas que salieron después (L’Elan y Le Sport). L’Equipe sigue siendo el único diario deportivo de Francia y el de mayor tirada, incluidos los de información general.
El Tour llega este año a su edición número cien (se suspendió diez años a causa de las dos guerras mundiales). Hoy, más de cinco mil personas componen la caravana de la carrera, incluido organización, equipos, periodistas y caravana publicitaria. Más de siete millones se congregan en las cunetas a lo largo del Tour e incontables las que se sientan ante el televisor de los más de doscientos países a los que se retransmite.
La espectacularidad de la carrera, unida a la falta de competencia en el mes de julio, ha transformado al Tour en uno de los grandes fenómenos deportivos a nivel mundial.