Manchester United 1-0 Real Sociedad
La magia de Old Trafford, el infortunio de los postes o el talento de Rooney, lo que quiera que sea, dejaron en nada la ilusión de la Real de hacer historia en este mítico escenario. El conjunto vasco no está acostumbrado a partidos de tanto ritmo y se vio desbordado desde el principio. De hecho, lo peor que le podía pasar, verse por detrás en el marcador al poco de comenzar, sucedió como un castigo que nadie merece. Vela perdió un balón que no debía, Rooney fintó dentró del área a Íñigo Martínez y el defensa realista introdujo el balón en su propia portería cuando trataba de despejar el remate del delantero inglés el palo.
Lo de Rooney merece capítulo aparte. Qué delantero. La fama de chico malo y problemático no debe esconder su inmensa calidad como futbolista. Vino a recibir, sacó a los rivales de sitio, centró, remató. Lo hizo todo. Y todo bien. Hasta la media hora de juego su dinamismo reventó a la Real, que no encontraba el oxígeno que jugadores talentosos pero lentos de ejecución como Xabi Prieto o Zurutuza requieren. Griezmann y Vela estaban apagados, Seferovic aislado, y todos los balones dividos eran para los ingleses, encantados de que el partido fuese de pierna dura.
Mientras duró esta tendencia, en realidad casi todo el tiempo, estuvo más cerca el segundo que el empate. Rooney y Chicharito lo rondaron hasta el punto de hacer intervenir a Bravo más de una vez. Sobrevivir a ese zarandeo con sólo una cornada fue el mejor alivio de la Real. Porque cuando pudo respirar enseñó por fin las garras. Seferovic se topó con De Gea en un buen tiro lejano y Griezmann tuvo la igualada en un tiro de falta a la cruceta. La suerte que alumbró a la Real en la previa en Lyon parece haberle abandonado al equipo en la liguilla.
La tímida reacción hacía pensar en algo que no era real. El ritmo del United, aunque disminuyó, terminó por agotar a los donostiarras. Sólo mientras aguantó la gasolina en el depósito de Zurutuza fue factible el sueño de remontar. De la Bella se encontró con el palo de nuevo en un centro envenenado, pero hubo poco más que echarse a la boca. El festival de Rooney, incombustible, se mantuvo y las ocasiones de rubricarlo fueron abundantes. Valencia también cruzó al palo y Kagawa falló cuando parecía imposible. El sueño de Old Trafford se quedó sólo en eso, en sueño. Al menos 6.000 lo vivieron en la grada como algo inolvidable. Ahí queda eso.