Real Madrid, a octavos entre récords
El Madrid se movió por el Parken Stadion con la confianza de quien se siente y se sabe superior. Serio, atento, interesado, porque hay noches en las que apetece mucho jugar al fútbol, en Tombuctú o en Copenhague. El rival ayudó porque apretó cuanto pudo. El estadio colaboró porque no dejó de cantar algo que terminó por resultar pegadizo (Abba nació en el país de enfrente). Todo favoreció, todo invitó a que el partido sin importancia acabara por tenerla.
Ahora es fácil decir que Ancelotti acertó al sacar a una mayoría de titulares: Champions, el prestigio del club, el millón en juego, Europa observando… Sin embargo, en las entradas más fuertes, y Xabi recibió varias, rondó el susto de una lesión que hubiera costado explicar. También Cristiano rodó por el suelo tras una patada que hubiera servido para talar un cedro. Al final, fue Modric quien salió magullado. Rogamos a Odín por sus tibias.
Ellos, sin más, salieron en tromba, o lo intentaron. A los 12 minutos se aproximaron con peligro, en la primera internada del islandés Gislason, futbolista interesante. El Madrid contestó casi de inmediato con un flequillazo de Bale que indicó el cambio de rumbo: el Madrid ya no iba a dejar de controlar el choque.
El mérito fue tener paciencia para cocinar el partido, para cazar la liebre, pelarla y meterla en la olla. Modric puso la sal a los 25 minutos con un tanto formidable, perfecto en el recorte con la izquierda y en el disparo con la derecha, por la escuadra. Es el gol que sueña todo centrocampista, el que sólo sale en los entrenamientos y con defensas invisibles. Si Modric fuera más constante, más influyente y más intenso sería un futbolista fundamental e impecable, pero probablemente no sería Modric.
El Madrid creció tanto que el público, a ratos, se olvidó de cantar y empezó a asombrarse. Entonces advertimos que la alegría no sería completa sin un gol de Cristiano. También para eso jugaba el equipo, lo que dice mucho (y bueno) de la complicidad del grupo. Después de varios tiros para afinar la puntería, Cristiano marcó. Fue una jugada lanzada por Marcelo y en la que Pepe ejerció de asistente con la cabeza. El gol no fue extraordinario en la ejecución, pero tiene la cola de un cometa: 800 del Madrid en Europa y 60 de Cristiano (igualado con Van Nistelrooy, a cinco de Messi y a once de Raúl), el noveno que logra en la fase de grupos, más que nadie.
Cristiano celebró el gol con un entusiasmo y una rabia que define su carácter inagotablemente ambicioso: siempre hay un número que le excita, un récord, otra frontera. Es posible que la ansiedad le venciera después, cuando le tocó lanzar un penalti, ya al final del encuentro. Lo vio tan claro que desantendió al golpeo, centrado y no demasiado fuerte. Wiland repelió la pelota con la mano izquierda y esa será la foto que domine su cuarto de estar en los próximos 30 años. El público, pleno de felicidad por la hazaña conseguida, se puso a cantar de nuevo.